viernes, 19 de octubre de 2007

Julieta

Julieta llevaba el cartel apoyado en sus hombros. Alguien la vio aquella madrugada junto a las otras, sus extravagantes e incondicionales amigas camino a la plaza y se creyó embrujado por la noche de alcohol. Dio vuelta la esquina y la visión desapareció al tiempo que retornaba la cordura junto a la borrachera. Ellas ni lo miraron. Tan absortas estaban en llevar su mensaje a destino que ni siquiera percibieron el asombro a su paso.
Sara, Raquel, Angélica, Elida, Cecilia y la misma Julieta caminaron por la gran Avenida siguiendo sus sueños y sus deseos como lo habían hecho mucho antes todas y cada una de ellas, cuando decidieron que el traje de mujer diseñado por los hombres les incomodaba la vida y los anhelos. No fue fácil, nunca lo es. No quisieron ser heroínas, sólo mujeres que viven sus días. Eligieron ser ellas y estrenar imagen y semejanza. Por eso esa noche se juntaron en la casa de Julieta para acompañar a esa amiga infatigable que con toda la soltura de la propia libertad decidió que lo que la ley no prohíbe expresamente, lo permite. Así se lo había dicho Angélica Barreda, una de las primeras abogadas del país. La reciente estrenada Ley Electoral no había tenido en cuenta a las mujeres ni siquiera para negarles el voto pero puso la trampa del enrolamiento militar como requisito para inscribirse en el padrón electoral, indispensable para emitir el sufragio. Sin embargo Julieta primero y Angélica después descubrieron que nada aclaraba sobre la posibilidad de que una mujer pudiera ser electa. Y ese fue, a un mismo tiempo, sueño y desafío.
El 15 de Abril de 1919 los porteños que recibieron el alba en la Plaza de Mayo y aquellos otros que buscaron el camino de la mañana pudieron ver con asombro e incredulidad el afiche que postulaba la candidatura a diputada de Julieta Lanteri.

“EN EL PARLAMENTO UNA BANCA ME ESPERA: LLEVADME A ELLA”
Partido Feminista Nacional Argentino

No era la primera vez que Julieta intentaba romper las reglas escritas por otros, ya lo había hecho un 16 de Julio de 1911 cuando se presentó para inscribirse en el padrón para elecciones municipales alegando su recién estrenada ciudadanía (ya que había nacido en Italia), esa que le otorgaba todos los derechos y le exigía las obligaciones como al resto de los argentinos. Nadie pudo parar entonces su figura acercándose a la mesa electoral el 23 de Noviembre de ese año para poner dentro de un sobre su decisión, su coraje y toda la fuerza de su voz de mujer. Y salió de allí con la dignidad de quien se sabe eligiendo su destino y ante la mirada azorada de algunos hombres y la felicitación del presidente de mesa.

viernes, 12 de octubre de 2007

El archivo que resiste Marilyn

Nada de lolas de plástico, sólo un hermoso par de flores, nada de botox que no te dejan besar sino una buena sonrisa, la mejor de las bellezas, la que te deja seguir siendo vos misma aunque te descubran los demás.














































miércoles, 10 de octubre de 2007

Viaje al Machu Pichu

Los colores del pasado en el presente, los colores de la tierra, todo para ver y ver y ver y algo para comprar.
Sube la montaña y apunta al cielo como un gran dedo acusador hacia la religión que trajo a esos hombres que todo lo destruyeron menos ésto porque no llegaron aquí. La naturaleza escondió esta maravilla de los mercantilizados invasores colonizadores.

El tren no nos llevó a las nubes pero se acercó bastante.


No estoy segura todavía si adoraba a la memoria de los Incas o estaba pidiéndole por el próximo campeonato a los antepasados americanos.



Tres horas subiendo por la ladera del Huayna Pichu, yo adoradora de la tierra firme y plana sufrí como una hija de puta. Cuando las nubes se disiparon la vista me devolvió la respiración y el asombro, todo a un mismo tiempo, el suficiente para alcanzar a sacar la foto y sentarme a contemplar




Ella estaba ahí junto a sus animales para que los turistas nos sacáramos la foto "típica" a cambio de unos soles. Y respondimos sin pudor al llamado de la obviedad. Que se le va a hacer, así somos los hombres y sobre todo cuando visitamos lo extraordinario.





Santiago


Te esperé tantos años y todas las noches me siento a tu lado, te cuento una historia y mientras te vas durmiendo te miro, te miro y te sigo mirando y todavía hoy, después de 6 años no termino de creer que estás acá para que yo te ame.

Cecilialupo: Amo al hombre que me lleva hasta el cielo para ver lo más hermoso


Cecilialupo: Amo al hombre que me lleva hasta el cielo para ver lo más hermoso

Acá estamos Palazzo y yo en medio de la historia de este continente tan maravilloso como contradictorio. Machu Pichu, lo increíble surgiendo en la cordillera como fantasma de un pasado que no quiere irse para devolvernos la dignidad. Fue un viaje increíble y agradezco a la vida el haber podido realizarlo.

martes, 9 de octubre de 2007

Hace tanto tiempo que bueno fue ser niña


Notas, notas y más notas

Un día le pregunté a mi madre si existía el verdadero amor. Me recuerdo sentada en la cama del cuarto que compartía con mi hermana, tengo la memoria de la noche. No se en qué andaba mi vida de adolescente pero se que lloraba, no recuerdo nada más que esa pregunta que le hice a mi madre cuando se acercó a averiguar el por qué de la tristeza. Creo que se sorprendió cuando le largué eso de si mi padre era su “verdadero amor”. Se quedó callada un momento como midiéndose, y sin mirarme respondió que sí. No le creí y ella lo supo. Internamente le reproché la mentira. Sin embargo ahora me digo que no le dejé demasiadas respuestas posibles, más bien una sola, la que quería escuchar. Mi madre siempre me dijo lo que supuso que debía decir. Y vuelvo otra vez a mi abuela Elvira, su madre. Qué le decía a ella. Y ella, qué le decía a mi madre. Acaso mi madre nunca hacía preguntas incómodas.
Mi abuela Elvira quedó huérfana a muy temprana edad. Mi madre no recuerda bien cuándo pero sabe que de chiquita mi abuela tuvo “madrastra”. Vaya palabra, creo que no existe, para el mundo infantil, una palabra más significante que ésta. Cuando mi madre dice que su madre tuvo madrastra está confirmando que creció peor que sola. A veces rescata algo bueno, cuando le pregunto quién le enseñó a leer a la abuela Elvira, entonces aparece la madrastra. Pero también se cuela en el recuerdo traspasado de su madre a mi madre el sufrimiento de la niña subida a una silla para lavar la ropa, orden de la madrastra, exigencia de la no madre. Sin embargo mi madre recuerda de su madre actitudes parecidas para con ella. Fue su madre la que le enseñó a tejer cuando era niña y la que enojada por sus equivocaciones reiteradas le arrojó el tejido al piso un día de furia. Pero era su madre y eso hacía la diferencia.
Mi abuela Elvira es un rostro que no está en mi memoria. Le pido una foto a mamá y me trae las de su casamiento, mi abuela aparece en algunas, pocas. En una de ellas está mi madre y sus padres. Mamá parada detrás de ellos y apoyando sus brazos en los hombros del abuelo Felipe y la abuela Elvira. Mamá sonríe, mi abuelo apenas, mi abuela no. Tenía allí 66 años. Interrogo a la fotografía de mi abuela, quiero saber quién era, cómo era, de dónde venía esa dureza en la mirada que veo allí. Mi madre está radiante detrás, sonríe, sus ojos brillan como recién estrenados, mi abuela no, por qué? . Le pregunto a mi madre cómo recuerda a su madre, no sabe, pero no hay gestos de ternura. Algo le viene a la memoria, unos caramelos de limón, los que le gustaban, traídos por su padre. Ella a lo pies de la cama grande saboreando esos caramelos, sabor de la infancia, memoria del placer.
Elvira tenía una hermana, Obdulia, ambas hijas de padre y madre. Obdulia es la tía que le dio a mi madre la ternura de la infancia. Obdulia fue la hermana mayor, y la que compartió el mayor tiempo con esa madre que mi abuela perdió demasiado temprano. Mi madre pasaba muchos días de verano en la casa de su tía, en la calle Pergamino al 100. Allí tenía desde amigas a juguetes. Allí recala mi madre los sonidos infantiles de sus recuerdos, allí reía, corría, jugaba, armaba su mundo pequeño. Habla de su tía y sonríe. Aprendió de ella y con ella a disfrutar de cada día sin otra obligación que la de estar allí para ser una niña que juega su sueño de ser niña. También estaba su prima, Beatriz, mucho más grande que ella y quien fue una hermana mayor. Ella fue la que le confeccionó ese hermoso disfraz de dama antigua que uso para la fiesta patria de su cuarto grado. La veo en la foto orgullosa, feliz extendiendo su brazo y su mano para que una compañera vestida de caballero le rinda el homenaje que su belleza merecía. Su prima acompañó su infancia y su juventud apoyando cada uno de sus pasos, aconsejándola, cuidándola y animándola a vivir. Intuyó en mi madre la orfandad del valor para hacerse a sí misma oponiéndose al diseño que había trazado mi abuela para ella y quiso estar allí para que lo supiera. La encuentro después, en el casamiento de mi madre, parada detrás de ella, cuidándola. Era allí una mujer de unos 50 años, alta, delgada, elegante, tiene una mirada franca y tierna. Me hubiera gustado conocerla y conocer a mi madre a través de su recuerdo. Pero murió cuando yo era niña en un accidente de transito en la ruta junto a su esposo y alguno de sus hijos. Tengo un imagen, su auto deslizándose debajo de un camión y llevándose la vida de todos sus ocupantes. No se cuándo se enteró mi madre, tampoco recuerdo el llanto o la tristeza, solo ésta imagen, contada a mi alrededor una y otra vez, quizá para ahuyentar el fantasma del dolor y la pérdida.
Beatriz y su esposo Manolo le dieron a mi madre la oportunidad de trabajar en la fábrica de camisas que ambos tenían en San Telmo. Mi madre tenía 20 años y contrariando los deseos de mi abuela, aceptó. Allí se descubrió a sí misma como otra mujer. Armaba el recorrido de los vendedores, disponía de las muestras que cada uno debía llevar, ordenaba, diseñaba, desplegaba una capacidad que no sabía que tenia y gustosa la ponía al servicio de su trabajo. Con eficiencia y decisión terminó sorprendiéndose a sí misma y a Beatriz y Manolo, tanto que al cabo de unos años el propio Manolo le ofreció participar activamente del negocio habilitándola para ser socia menor. Mi madre estaba feliz, por primera vez hacía lo que le gustaba, y lo disfrutaba.
Un día mi abuela le dijo que le había conseguido un trabajo en una dependencia estatal con un horario que le permitiría estudiar en la universidad. Mi madre cuenta que sus 24 años no alcanzaron para oponerse a su propia madre. Cuando la escucho contar esta historia siento que falta su voz. O quizás, la voz que yo quisiera escuchar de mi madre. Ella quiso convencer a mi abuela que cambiara de opinión, ella intentó que su madre escuchara su propia voz. Pero no lo logró. Elvira tenía la fuerza para imponer su decisión y mi madre permitió que esa fuerza aplastara sus deseos. Le pregunto a mi madre por qué no pudo hacer simplemente lo que quería y decirle que no a su madre. Me mira y sonríe - a mi madre no se le podía decir que no- me contesta. Allí fue entonces mi madre detrás de su madre, dejó el trabajo que le gustaba, ingresó en la facultad para estudiar una carrera que no le atraía demasiado y empezó a trabajar en la Caja de Jubilaciones, una repartición estatal. Divago, sueño, imagino. Mi madre conoció a mi padre cuando trabajaba en un laboratorio como química, la carrera que estudió. Y si mi madre hubiera seguido sus deseos, no hubiera entrado en la facultad, no se hubiera recibido de química, hubiera seguido trabajando en lo que le gustaba, en la fábrica de su prima, hubiera crecido, se hubiera convertido en la socia de ellos, hubiera aprendido a manejar su vida y su dinero, entonces nunca se habría cruzado en el camino de mi padre, ni él en el de ella. El encuentro de mis padres se me aparece, entonces, como la consecuencia de una renuncia, la de mi madre a sus deseos.