Julieta llevaba el cartel apoyado en sus hombros. Alguien la vio aquella madrugada junto a las otras, sus extravagantes e incondicionales amigas camino a la plaza y se creyó embrujado por la noche de alcohol. Dio vuelta la esquina y la visión desapareció al tiempo que retornaba la cordura junto a la borrachera. Ellas ni lo miraron. Tan absortas estaban en llevar su mensaje a destino que ni siquiera percibieron el asombro a su paso.
Sara, Raquel, Angélica, Elida, Cecilia y la misma Julieta caminaron por la gran Avenida siguiendo sus sueños y sus deseos como lo habían hecho mucho antes todas y cada una de ellas, cuando decidieron que el traje de mujer diseñado por los hombres les incomodaba la vida y los anhelos. No fue fácil, nunca lo es. No quisieron ser heroínas, sólo mujeres que viven sus días. Eligieron ser ellas y estrenar imagen y semejanza. Por eso esa noche se juntaron en la casa de Julieta para acompañar a esa amiga infatigable que con toda la soltura de la propia libertad decidió que lo que la ley no prohíbe expresamente, lo permite. Así se lo había dicho Angélica Barreda, una de las primeras abogadas del país. La reciente estrenada Ley Electoral no había tenido en cuenta a las mujeres ni siquiera para negarles el voto pero puso la trampa del enrolamiento militar como requisito para inscribirse en el padrón electoral, indispensable para emitir el sufragio. Sin embargo Julieta primero y Angélica después descubrieron que nada aclaraba sobre la posibilidad de que una mujer pudiera ser electa. Y ese fue, a un mismo tiempo, sueño y desafío.
El 15 de Abril de 1919 los porteños que recibieron el alba en la Plaza de Mayo y aquellos otros que buscaron el camino de la mañana pudieron ver con asombro e incredulidad el afiche que postulaba la candidatura a diputada de Julieta Lanteri.
Sara, Raquel, Angélica, Elida, Cecilia y la misma Julieta caminaron por la gran Avenida siguiendo sus sueños y sus deseos como lo habían hecho mucho antes todas y cada una de ellas, cuando decidieron que el traje de mujer diseñado por los hombres les incomodaba la vida y los anhelos. No fue fácil, nunca lo es. No quisieron ser heroínas, sólo mujeres que viven sus días. Eligieron ser ellas y estrenar imagen y semejanza. Por eso esa noche se juntaron en la casa de Julieta para acompañar a esa amiga infatigable que con toda la soltura de la propia libertad decidió que lo que la ley no prohíbe expresamente, lo permite. Así se lo había dicho Angélica Barreda, una de las primeras abogadas del país. La reciente estrenada Ley Electoral no había tenido en cuenta a las mujeres ni siquiera para negarles el voto pero puso la trampa del enrolamiento militar como requisito para inscribirse en el padrón electoral, indispensable para emitir el sufragio. Sin embargo Julieta primero y Angélica después descubrieron que nada aclaraba sobre la posibilidad de que una mujer pudiera ser electa. Y ese fue, a un mismo tiempo, sueño y desafío.
El 15 de Abril de 1919 los porteños que recibieron el alba en la Plaza de Mayo y aquellos otros que buscaron el camino de la mañana pudieron ver con asombro e incredulidad el afiche que postulaba la candidatura a diputada de Julieta Lanteri.
“EN EL PARLAMENTO UNA BANCA ME ESPERA: LLEVADME A ELLA”
Partido Feminista Nacional Argentino
No era la primera vez que Julieta intentaba romper las reglas escritas por otros, ya lo había hecho un 16 de Julio de 1911 cuando se presentó para inscribirse en el padrón para elecciones municipales alegando su recién estrenada ciudadanía (ya que había nacido en Italia), esa que le otorgaba todos los derechos y le exigía las obligaciones como al resto de los argentinos. Nadie pudo parar entonces su figura acercándose a la mesa electoral el 23 de Noviembre de ese año para poner dentro de un sobre su decisión, su coraje y toda la fuerza de su voz de mujer. Y salió de allí con la dignidad de quien se sabe eligiendo su destino y ante la mirada azorada de algunos hombres y la felicitación del presidente de mesa.